Septiembre 2025.
Exposición de arte en Duque Arango Contemporáneo, Medellín.
A lomo (2025), es resultado de un proceso artístico que completa más de un lustro y que, en su elaboración conceptual ha derivado en series como La Naturaleza de lo simple (2019), Análisis de Suelo (2021) y Linderos (2025). En todas ellas Guerrero (1976) ha sabido leer la ruralidad colombiana, y la relación individuo-tierra como un entramado histórico, político, social pero sobre todo humano, que se halla fuertemente marcado por persistencias, resistencias y tensiones.
En ese escenario, la elección de la mula como figura central no es fortuita: esta ha cargado en su albarda buena parte del desarrollo del país, convirtiéndose en metáfora de la fuerza campesina que ha sostenido la vida rural durante siglos. En A lomo, la mula se funde con esa metáfora: animal y campesino comparten el mismo destino, echarse al lomo el costal, trabajar sin descanso, resistir a la precariedad y al abandono estatal, luchar contra adversidades económicas, climáticas, sociales y hasta culturales en un contexto que considera la actividad del campo como algo menor. Esas son las condiciones de un colectivo de trabajo rural que en su frugalidad ha hallado un modo de vida que, lejos de pretender dominarlo todo, busca la coexistencia.
En esta medida A lomo invita a dar una mirada más allá de las bestias nobles que presenta, pues en ellas no solo está la consigna del progreso de una nación; ejemplo de ello es el primer carro del país que, en 1899, a lomo de mula bordeó las cordilleras para llegar a Medellín; tampoco se trata meramente del campesino que surca la tierra, obtiene de ella el fruto para cargar a la mula y conseguir así el sustento. Se trata de los caminos que emprenden, de las horas de silencio, esfuerzo y constancia, del trabajo al alba y hasta que cae el sol. Se trata de la persistencia de un campesinado que en sí posee una enorme fuerza, la llamada fuerza campesina, el perrenque, la berraquera, esa vena que a pesar de cualquier dificultad encuentra la manera de seguir, y que está presente en nuestra herencia, pues mentiría quien dijera que en sus árbol genealógico no cuenta con antecesores campesinos; y es que de allí proviene el vigor que sostiene la cotidianidad, de esa constancia paciente que ha transformado la geografía, la sociedad y la misma cultura.
Ostentamos un legado importante en ese sentido y una responsabilidad aún más grande: la de comprender que nuestra relación con la tierra debe volver a dinámicas menos depredadoras y más conscientes porque habitar no se trata solo de abrir caminos en los parajes más hostiles o de obtener de la tierra su fruto, sino de comprenderla como cuerpo vivo, como sujeto de derecho y como espacio de disputa. La obra de Guerrero es un recordatorio de ello. Así, estas mulas, situadas en materiales propios de la vida rural, se transforman en vehículos de memoria y en su formulación plástica, circular etérea, adquieren una suerte de halo icónico, como si cada una fuera emblema de una tradición silenciosa pero vital.
Al situar en el centro de su trabajo a la mula, Guerrero articula un relato sobre el territorio, la ruralidad, el conflicto que atraviesa al país y las contradicciones de la modernidad en Colombia: progreso a costa del depredación, movilidad en medio de la precariedad, pero sobre todo esperanza y constancia en un contexto de despojo. Pero más allá de enfocarse en lo negativo, sus obras son un homenaje a la fuerza campesina, a la dignidad de las comunidades rurales y a la berraquera que, pese a la adversidad, sostiene el presente y proyecta el futuro. A través de estas piezas, el arte se convierte en un espacio de memoria y resistencia, pero también de visibilidad y reconocimiento para quienes, a lomo de mula o en caballito de acero, han cargado sobre sí una parte imprescindible de la historia de Colombia.
Laura Páez
Curadora e Historiadora de Arte
La naturaleza de lo simple
Desde su nacimiento en 2019, La Naturaleza de lo Simple no ha hecho sino enriquecerse. En esta ocasión Guerrero retoma las figuras etéreas que hemos visto a lo largo de su serie, pero nutridas por elementos que adquieren cada vez más protagonismo. Aquellos campesinos evanescentes de las primeras piezas se han hecho más prominentes en tamaño, más sólidos, y han sido complementados por nuevos elementos que nutren conceptualmente las composiciones. De los toldillos han emergido mulas, bicicletas, vestigios de arados y vegetación, hileras de animales, duplas de hombres y mujeres que, aunque distanciados se hallan en una soledad compartida.
Estas variaciones no solo han abierto camino a series como Análisis de suelo, Linderos y A lomo, sino que han desplegado ampliaciones referenciales y compositivas en todo el trabajo de Guerrero. Las bicicletas son buen ejemplo de ello. Estos artefactos, que llegaron en barco al país y que constituyeron la novedad en las familias más prestantes de Colombia entre 1930 y 1940, permearon rápidamente todas las esferas sociales y contribuyeron particularmente al quehacer rural, llegando a convertirse en una herramienta fundamental para las economías locales. Sin embargo, su incidencia no acaba allí. A partir de este medio de transporte se ha configurado una parte de nuestra identidad nacional. No es secreto para nadie que “Los Escarabajos” en sus caballitos de acero llenaron de orgullo y emoción al país; el mismo Fernando Botero plasmaría la importancia de este deporte en La Apoteosis de Ramón Hoyos (1959), un antioqueño que como muchos de los grandes del ciclismo, empezó su trasegar en provincia siendo repartidor en bicicleta. Así es la historia del ciclismo en Colombia, muchos de los nombres que quedaron consagrados en esta disciplina, empezaron sus días entre carreteras destapadas que conectaban veredas y pueblos, llevando en sus arcas todo tipo de productos de la tierra, al margen de toda aparente gloria pero con una resistencia digna de grandes hazañas. En la actualidad, la bicicleta, que se consolidó durante el siglo XX como medio de transporte y posteriormente como herramienta de trabajo de cientos y cientos de colombianos, sigue vigente. Así lo plasma Guerrero en sus escenas, en las que la bicicleta se convierte en engranaje vertebral de la silente resistencia campesina.
Las mulas son otra figura reincidente en el viraje de esta serie. Su rol en el campo es, para Guerrero, un tema de interés particular, pues su papel va mucho más allá de las labores rurales, en su enjalma ha cargado muchos más que cosas materiales; bien haría Andrés Castiblanco Roldán en afirmar que a Colombia la modernidad llegó “a lomo de mula”, pues sería este noble animal el que lograría en 1899 la hazaña épica de transportar desde el puerto de Cartagena hasta el corazón de Medellín el primer carro que pisó suelo colombiano. Aquel vehículo de la familia antioqueña Amador Uribe que, paradójicamente bautizaron como el “Burro de Oro”, terminó en desuso, enterrado por orden de la matriarca de la familia para que los niños no se lastimaran con sus latas. Mientras tanto, a lomo de
mula sigue moviéndose por los caminos más improbables la soberanía alimentaria y el desarrollo de una nación. La mula continúa su paciente trasegar por la historia colombiana, apoyando en cada vereda, en cada pueblo, no solo las arduas tareas agrarias, sino también transportando los sueños de cientos de familias que a lomo de mula van en búsqueda de su propia modernidad.
Laura Páez
Curadora e Historiadora de Arte