Julio Larraz, nativo cubano, es una de las figuras más representativas actuales del arte latinoamericano. Se ha desenvuelto en técnicas de la pintura, la caricatura, el grabado, el dibujo y la escultura.
Junto con su familia, emigró a los Estados Unidos de América en la década de los 60; este exilio tuvo una gran influencia en su trabajo, desarrollando su impulsividad creativa.
Sin embargo, Larraz no olvida su origen y tradiciones, pues su trabajo presenta escenas culturales y cotidianas de la vida en el Caribe: corridas de toros, trajes de lino blanco y escenas marítimas. También, en ocasiones, usa el pincel para aludir a la corrupción del poder y las imperfecciones sociales; usa composiciones recortadas y rostros oscurecidos para hacer de sus narraciones pictóricas un enigma denunciante, poderoso, y a su vez, ambiguo.
Larraz idea universos paralelos en parte de su obra juntándolos con una realidad llena de ironías, siendo llamado por muchos un humorista gráfico y un soñador. Sus inicios en el dibujo se dieron como caricaturista político publicado en The New York Times, The Washington Post, Vogue, Rolling Stone, entre otras revistas: de ahí su característica sutil mofa a temas sociales.
Es un dibujante ágil, pero bocetea lento. La idea llega a él como una ilusión, casi como un sueño y dice: “Son como los sueños, es como cuando intentas contarle a alguien un sueño que tuviste y se vuelve humo antes de terminar la oración”.
Toma prestadas a personas que ve en su vida cotidiana y los idealiza como personajes en otros mundos; usa expresiones que conoce, momentos de sus viajes, su infancia, la vida de sus padres y su cotidianidad para plasmarlos en un mundo realista pero imaginativo a la vez.
El boceto soñado pasa a convertirse en una pintura narrativa que roba aspectos de la realidad, pero a su vez mezcla con ironías y un mundo inexistente, dando como resultado una escena en la que sus personajes cobran vida y se desenvuelven en un espacio.
Bien dijo Modigliani: “Pintaré sus ojos cuando conozca su alma”, pareciera casi que los personajes de Larraz, bajo la misma afirmación, ocultan algo, pero no carecen de alma; su poética oculta cierta parte de estos personajes, pero la narrativa y el contexto entregado por el artista hace que el misterio de sus ojos no deje más de las cuestiones necesarias en quien mira su trabajo.
Larraz con sus pinturas nos entrega intimidad y toda una experiencia intelectual; sus obras parecieran tener un respaldo literario que generan historias que pueden haber pasado —o no — por la mente del artista. Son la mezcla perfecta entre un mundo ideal, la realidad latinoamericana con el toque necesario de enigma, crudeza y cosmovisión sentimentalista.
Su influencia de Realismo Americano es persistente e inequívocamente extraída de su formación como pintor en Nueva York. Al igual que artistas como Edward Hooper, Andrew Wyeth y Giorgio de Chirico, nos presenta inicialmente una obra de aparente Realismo, pero entre más nos adentremos en ella se dejará a la vista una evidente complejidad acompañada de un universo narrativo.
La serenidad de sus obras nace desde la composición de estas, donde la sencillez del paisaje no es opacada por el personaje que lo habita, sino que, por el contrario, atrapa la vista y obliga al espectador a desprenderse de lo real, llevándolo así a una historia congelada dentro de cuadro cuya pista yace en el título de la obra.
Para conocer más del artista puede buscar sus obras en el sitio web de la Galería Duque Arango y en Instagram: @duquearangogaleria