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La historia detrás de una pintura: Pedrito a Caballo

9 enero, 2024

Pedrito a caballo era la obra favorita del maestro Fernando Botero, aquella que más amaba, pero también la que le causaba un dolor profundo. Esta pintura retrata el amor y la angustia del duelo al perder a un hijo.

La obra es un tributo desgarrador de un padre afligido a su hijo, perdido trágicamente en un accidente automovilístico entre Sevilla y Córdoba en 1974, España. La muerte de su hijo Pedrito, de tan solo cuatro años, fue un golpe devastador. El artista casi pierde su mano derecha, se le amputó un dedo y pasó dos meses sin pintar.

El sufrimiento de Botero se manifestó en Pedrito a caballo, una obra maestra que refleja su lucha interna. La pérdida de Pedrito, su único hijo en su segundo matrimonio con Cecilia Zambrano, pesó fuertemente sobre el artista y lo llevó a recluirse en su estudio en París. En medio de su inmensa tristeza, Botero canalizó su dolor a través de su arte, realizando un acto de grandeza que requería coraje y determinación.

La pintura muestra a Pedrito montando un caballo de juguete, inmerso en un fondo azul profundo que representa una pared de una habitación infantil. Este fondo, con tonalidades azules y violetas, crea una sensación celestial que rodea al niño. A pesar de la vestimenta militar inglesa de Pedrito, la pintura no transmite un tono festivo ni fúnebre.

El estilo distintivo de Botero, caracterizado por figuras voluminosas, le cede a la pintura una sensación de inocencia y alegría infantil. Aun así, la obra es conmovedora al retratar al hijo perdido del artista. Dos escenas adicionales en las esquinas inferiores muestran a Botero sosteniendo el cuerpo sin vida de Pedrito y a él y su esposa, Cecilia, abrazándose en una habitación vacía.

En lugar del caballo de palo presente en otras obras de Pedrito, Botero incorpora un caballo más grande, haciendo referencia al famoso Caballo de Troya de la mitología griega, situado a un lado de la pintura, apoyado contra una puerta café.

«Pedrito a caballo» va más allá de ser simplemente una pintura; es el testamento de un padre que transformó su dolor en arte creando un legado que se manifiesta en un vínculo eterno con su hijo perdido. Esta obra maestra de Fernando Botero trasciende las fronteras del arte, convirtiéndose en un símbolo de amor, pérdida y esperanza que sigue conmoviendo a quienes la contemplan en el Museo de Antioquia.

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