Texto por Úrsula Ochoa.
Hay indiscutiblemente algo latente y misterioso en las pinturas de Mauricio Gómez que nos pone a prueba como espectadores, algo que cuestiona una visión limitada que hemos desarrollado como consecuencia del ruido del mundo. Esto significa, por una parte, que decir que como pintor ha plasmado por años la “representación” de matorrales y rastrojos, es una percepción demasiado superficial para lo que estos trabajos manifiestan. En realidad, lo que el artista ha conseguido, es presentarnos su construcción de un lenguaje sensible sobre la naturaleza compleja, imperiosa y rebelde de esas formaciones vegetales que parecen querer sobrepasar el lienzo, manifestando una necesidad de expansión.
Para el artista, aquellos rebeldes matorrales crecen, se entraman y se propagan al tiempo que buscan la luz, y es gracias a la luz, que surgen aquellos colores vivaces que él transforma en el lienzo como un alquimista del color, mientras las líneas finas y densas le dan carácter a la pintura, y si somos atentos, entendemos que aquella rebeldía de estos matorrales, es una metáfora con la cual el artista parece revelar mucho de su personalidad desde su “purismo” con la pintura sobre las exigencias de una época vertiginosa y superficial, insistiendo en el acto de pintar como su forma de vida, una cualidad de los verdaderos pintores que trascienden el soporte y el material.
Por otra parte, los entramados y líneas a veces aparecen como gestos caligráficos que convierte sus lienzos en “cartas secretas” entre el artista y el arte, “escritas” desde un saber germinal que ha sabido cultivar y proteger por años, así como cultiva sus siembras y las vegetaciones de su entorno; un saber que ha convertido su obra en una semántica de la naturaleza, del arte y de la existencia. Matorral, es entonces la reunión de una serie de declaraciones al arte y a estos hábitats que conservan las improntas de sus encuentros, es la reafirmación de su correspondencia con la vida a partir del conocimiento de sí mismo desde su esencia; la sensibilidad de entender que él también hace parte de esos matorrales y, en consecuencia, del todo. Eso es, finalmente, tal y como lo propuso Leonardo, ser un pintor “universal”.