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Sensual luz tropical: Las obras de tres artistas cubanos

15 septiembre, 2022

Tres artistas cubanos, sombra, luz y claroscuro: Wifredo Lam, Julio Larraz y Ariel Cabrera

Si a cualquier espectador medianamente entrenado o a un asiduo consumidor de la cultura visual iberoamericana de nuestros días, le mencionasen, a la vez, los nombres de: Wifredo Lam, Julio Larraz y Ariel Cabrera, en su cabeza saltarían un conjunto de palabras que no es el azar quien la proyectase, sino la certeza de que los tres son cubanos, por tanto, latinoamericanos, caribeños y tropicales.

Evidentemente, pertenecen a diferentes generaciones: Vanguardia Histórica (Lam), Postmodernidad (Larraz), Contemporaneidad Post-Millenial (Cabrera). Si cada uno fue -y es- hijo de su tiempo, cada uno se ha visto obligado a enfrentarse a la tradición pictórica desde una perspectiva diversa. Una diversidad que sí podríamos hilar usando una certeza que se mantiene en paralelo, en los tres: son conocedores absolutos de la sensualidad de la luz de nuestro trópico, o nuestra luminosidad tropical, los bautizo mensualizando sus luces y sombras.

Sombras: LAM

Cuando el rayonazo del pastel, el carboncillo, el pincel seco se hace perfil, evidencia una curvatura, un trozo de la espalda, una cadera que cae en cascada, un espíritu insinuado, oculto tras un velo de transparencias y opacidades; es cuando el gesto sueltísimo y ligero del maestro Lam se hace sensualidad manifiesta.

Indiscutiblemente el artista de mayor prestigio y relevancia histórica del siglo XX nacido en Cuba, Wifredo Lam, supo aprovechar esa conciencia de nuestra luz para sacar de ella nuestras sombras; pero esto lo hizo de manera natural: primero, por una cuestión de libertad de recursos expresivos, proveyéndose de nuevos formalismos antiacadémicos vanguardistas; menos es más, siempre y cuando ese menos se refiera a un espacio arenoso, verdoso, donde El Monte emerja. Segundo, porque por su fe en los sincréticos credos afro trasatlánticos -que son animistas-, siempre vio vida allí donde en apariencias no la había. Veía o visualizaba las ánimas ocultas en el matorral, en el vacío doméstico, en el ahuecado e infinito rincón enmarcado de un espejo, o en los reflejos del agua; allí afloran chichirikus, eggunes, luceros, eshúes. Esas “vidas auráticas” que Lam encontraba en sus visiones, se representan sensualmente en cada aparición que ejecuta en cada una de sus obras. Nunca es la crudeza de la verdad realista, sino, su esquiva figuración surreal post-cubista más cercana a las alargadas esquematizaciones de las culturas prima listas de Oceanía que a nuestra propia herencia bantú, kikongo o yoruba. Una estilización del trazo que marcó una pauta de nuestra velocidad gestual haciéndose carne, cosa amorfa que seduce, engaña, hechiza. Así como hechizado estaba él mismo de su capacidad clarividente, de su acertada destreza que en el trópico todo es erotismo, carnalidad, calor, desnudez. Sensualidad soñada. Misterio.

Wifredo Lam L ́ Action, 1.946 Óleo y carboncillo sobre papel, 61 x 53.3 cm

Luz: LARRAZ

Pocos artistas en el trópico han podido captar de manera tan exacta nuestra luz como lo hace Julio Larraz. Tal vez es porque la suya es una luz mañanera, dotada de una luminosidad matutina, iniciadora. Tan deslumbrante como nuestro propio mediodía, refractario y cegador. O puede ser porque pinta frente (a favor y a la contra) de una luz cegadora. Contrario a Lam, no solo porque para pretender distinguirse como autor, todo artista freudianamente debe “matar al padre”, sino porque en su temprana juventud la figuración narrativa tuvo un revival gracias a la entrada en escena del Pop Art y el Hiperrealismo. Larraz se enfrentó a la pintura desde ese vértigo: ¿Cómo pintar con esta luz en demasía? Entonces, allí donde Lam ocultaba oscureciendo, Larraz decidió iluminar, poner el foco, detener el tiempo narrativo y silenciar. La luminosidad de Julio enmudece, acalla vulgaridades, desliga de su representación al tumulto, la masa, seleccionando la soledad como su mejor hábitat. Allí donde Julio mira, al sujeto lo rodea su vacío, envueltos en medio de un set que los engulle, sus personajes experimentan una soledad pasmosa, asumida, madura, una soledad elegida. La soledad de quien prefiere sentarse a una terraza a pleno sol, sin importarle que el calor lo sofoque, porque la soltura de su mano, igual le impregna aire, frescura, ironía, divertimento, burla, choteo insular. Puro sarcasmo.

Julio Larraz, La Fragoletta and the King of Diamonds off the coast of Cumae, 2.011 óleo sobre lienzo 100×120
cm.

Claroscuro: CABRERA

Heredero de la paleta luminosa de Larraz y de la relación desprejuiciada con la carnalidad y el modo libertino de comprender el fondo y la figura de Lam, Ariel Cabrera Montejo, es sensualidad pura desde sus más germinales ideaciones. Todo en él es carnosidad, piel, vestuario yuxtapuesto, desnudable, insinuación y desparpajo. Su gama cromática está más dominada por el claroscuro, un deje neo-barroco embarrado de la agilidad post-impresionista, una ligereza que nos indica que cada obra está ejecutada “a la primma”, pero más cerca de Sorolla y Fortuny que de Richter o Tuymanns. Y ahí, Ariel, recoge un guante en su herencia y la posible deuda de la Pintura Contemporánea Cubana con la Pintura Europea y Norteamericana de finales del siglo XIX, una influencia que negamos primero por vanguardistas y segundo porque en nuestros procesos de fundación nacional la criollización prefirió mezclarse a mantener cierta admiración por algún legado imperial. Un siglo después, volver a esa luz, a esa sensualidad cárnica de los cuerpos, a esa fragmentación cinematográfica de las tomas, secuencias, despliegues de imágenes en movimiento que se paralizan, y que esa rigidez esté suelta, es lo que provoca afirmar que Cabrera Montejo es un maestro. Joven, pero igualmente magistral, conocedor de la sensualidad de cada pincelada como un lametazo.

‘Campaign Fire’ (detalle), 2016, de la serie ‘Tregua Fecunda’

Los tres son artistas cubanos que experimentaron tres nacimientos de la imagen. Primero, fotográfica y cinematográfica, Lam en sus inicios corrió esa suerte, Larraz experimentó el nacimiento de la televisión, los medios de comunicación masivos y la invasora publicidad citadina de las grandes urbes cosmopolitas y Cabrera el nacimiento de internet y la vertiginosa era digital (demasiado pronto para hablar del Meta-Verso); y los tres lo hicieron desde el ejercicio de la pintura: Lam, renunciando a la imagen, negándola, destruyéndola, olvidando incluso que existía, prescindiendo de ella; Larraz, conviviendo irónicamente con su desarrollo fetichista, su capacidad narrativa en suspense, su bucólico tempo melodramático; Cabrera, burlándose de ella, haciéndola atemporal, transversal en el tiempo y el espacio, mediante las actuales tecnologías y las técnicas más tradicionales, que tiene a mano un artista contemporáneo, haciéndola amalgama fractal, un Aleph infinito.

sensual luz tropical hecha una pintura coral, que nos embelesan.

Omar-Pascual Castillo

Las Palmas de Gran Canaria, España.

Primavera del 2022

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