Grau, el gran maestro de una obra reconocida en muchas latitudes; Grau, el amante de Cartagena, la ciudad de sus fantasmas y recuerdos; Grau, el que revelaba historias ocultas de mujeres y hombres; Grau, el que amaba a Bach; Grau, el que se complacía en recorrer con la vista y el tacto la figura volumétrica y espléndida de sus personajes repletos de belleza y vitalidad para que la imagen resultara tan veraz como palpitante; Grau, ese gran artista que con su indiscutible capacidad y su prolífica expresión, honesta e inagotable, logró incursionar con maestría total en el dibujo, la tempera, la pintura, el grabado; Grau, que fue cartelista, ilustrador de libros, revistas y periódicos, escenógrafo y director de cine; Grau, al que hoy le rendimos homenaje.
Su obra se caracteriza por una diversidad de formas y técnicas, no sólo en un material figurativo humano sino también animal, botánico e incluso geográfico. A su vez, su espontaneidad fue una de las claves de su éxito en el mundo del arte, ya que diferentes obras elaboradas en tributo a una temática o a un personaje del momento pusieron en evidencia su inigualable imaginación.
Enrique Grau nació el 18 de diciembre de 1920. Hijo de una familia procedente de Cartagena de Indias, nació en Panamá y realizó sus primeros estudios en Bogotá. Consiguió una beca del gobierno para continuar su formación en la Art Students’ League de Nueva York, donde permaneció entre 1940 y 1943, y continuó luego sus estudios en Italia, donde perfeccionó su técnica de muralista, pintor y dibujante, alcanzando gran pericia en todas las facetas. En Estados Unidos estudió con Tadeusz Kantor y fue también discípulo del artista alemán George Grosz.
Se formó también practicando autodidactamente copias de obras de grandes maestros como El Greco, Rembrandt, Jean-Antoine Watteau, etc.; también retratos de estrellas de cine y, especialmente, retratos de familiares y de las domésticas de su casa.
Grau concreta en Florencia lo más característico de la tercera fase de su proceso creativo: la recreación de la realidad a partir del cubismo. Desde entonces y hasta 1959, su obra se vuelve básicamente geométrica y, entre 1958 y 1959, próxima a la abstracción.
Desde 1959 su obra se torna francamente realista: le interesa la figura humana y su entorno. Se apasiona entonces por lo que ahora haría su obra tan identificable: el volumen, las formas rotundas y concretas y por un decorado de un extremado barroquismo en lo referente a los muebles, adornos y el vestuario que acompañan a sus personajes.
El manejo de materiales como el bronce resultó ser el reto artístico del maestro en las décadas del ochenta y el noventa del siglo xx, las obras en el plano tridimensional, le permitieron al maestro desenvolverse en un nuevo medio. Uno de sus últimos trabajos con este material fue la escultura San Pedro Claver (1999-2001) considerada un monumento en honor a Cartagena y a la costa Caribe en general.
Muere a los 83 años en la ciudad de Bogotá, el 1 de abril de 2004.