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Tomás Ochoa – Inflamable

19 enero, 2024

Inflamable alude de manera directa y reiterada a la noción de paisaje como elemento simbólico. Si bien, Tomás Ochoa (Ecuador, 1965) no es solamente un paisajista, por el contrario, es un artista multimedial y politemático, sí ha hallado en la representación del paisaje, una herramienta que le ha sido útil no solo para mostrar la incidencia de la violencia sobre los territorios y sus habitantes, sino para plantear cuestionamientos en torno a términos como comunidad, identidad, violencia y resistencia al olvido. El paisaje y la concepción espacial a la que alude Inflamable, es aquel sobre la que se edifican sentidos y nuevos valores que evidencian la manera en que, como colectivo, desplegamos nuestra mirada y presencia sobre los espacios, a los que simultáneamente imbricamos códigos culturales que dan cuenta de nuestras formas de existencia. 

Así es precisamente como se configura la mirada paisajística de Ochoa; en Inflamable, el paisaje, pero más que nada la configuración del espacio, es una proclama simbólica, poética y política; una representación que busca debatir los discursos de identidad e historia, pero también sus formas de representación. Ochoa construye el espacio ya no como mero fragmento selvático, arquitectónico, o como territorio geográfico, sino como espacio pictórico, que vincula tanto el escenario natural (geosistema), como el social (territorio), desembocando así en una configuración de paisaje cultural (espacio simbólico), que se halla potenciada por la propia materialidad y técnica de sus piezas. Los parajes que Ochoa plasma por medio de pólvora y deflagración, no solo denuncian la crudeza de la violencia, sino que ponen ante nuestra mirada la constante de los territorios en perpetua disputa, escenarios que gracias a su rústica sencillez, belleza y exuberancia se ven enmarcados en la debatible Paradoja de la Bonanza. 

Si bien la mayoría de las piezas incluidas en Inflamable se enmarcan en el movimiento paisajista que Eduardo Serrano denominaría “el primer género artístico de Colombia”, estas han sido ejecutadas con una plena conciencia contemporánea, en la que, por un lado, el artista se sabe portador de una tradición artística de larga data, pero por otro, se orienta constantemente hacia la renovación. Ello da luces de por qué Ochoa hace uso de la pólvora y del fuego como elementos primordiales de su producción, y de por qué más que pintura o

fotografía, su obra es acción, proceso, movimiento. Sus pinturas híbridas no son convencionales, en ellas, como él lo indica, los granos fotográficos son sustituidos por granos de pólvora que, una vez deflagrada, revela una no-imagen, una imagen performática. Esta acción no solo reconoce en la pólvora un elemento con una fuerte carga simbólica e histórica, sino que presenta al fuego como agente transformador y puente catártico, como elemento que no solo revela la imagen, sino que en el proceso la destruye y la renueva, situándola en un plano mucho más potente discursiva y conceptualmente hablando. 

En sus decisiones temáticas y formales Ochoa no solo nos presenta la violencia, sino que la yuxtapone con lo ancestral y lo sagrado, con aquel sentido de pertenencia metafísica que motivó, entre muchas otras iniciativas, el evento detonante de la serie Línea Negra: La delimitación hace más de dos décadas de los territorios ancestrales Arhuacos por parte de sus mamos, pese al riesgo por la presencia de grupos armados ilegales en la zona. El trabajo de Ochoa es a todas luces evocador, a través del vestigio devela la fuerza indexical de su trabajo, sus obras más allá de constituirse desde la imagen, se erigen desde su rastro, desde la huella que dejan el paso de la violencia y del fuego mismo, y ello es más que suficiente para develar cruentas realidades, que con todo, se hallan permeadas por la resistencia y dignidad de quienes las padecen. 

La instalación Terra Alienus (Tierra Ajena) nace, en palabras de Ochoa, de la premisa de que una crisis puede convertirse en una oportunidad. Durante el confinamiento pandémico, el artista dio inicio a una investigación, que busca, a través del uso de insumos ancestrales de los Andes y de saberes y prácticas bio-arquitectónicas vernáculas, “demostrar que con materiales aparentemente humildes y precarios, se puede aspirar al atributo de la complejidad1” (Ochoa, 2022); y en efecto lo consigue. 

Para ello Terra Alienus acude al bahareque como modo de manifestación; haciendo uso de materiales como tierra, fibras vegetales y guadua, obtenidos de zonas como Risaralda, Córdoba y Antioquia, Ochoa pone sobre la mesa una de las tensiones vertebrales de la confrontación armada en Colombia: el problema de la tierra y los fallidos intentos de reforma agraria. A través de piezas modulares fragmentarias, el artista plantea el destierro, el desarraigo y la resignación arquetípica del campesino colombiano, aquel que como formulaba Eduardo Caballero Calderón en 1954 se ha visto perpetuamente condenado a ser un siervo sin tierra. 

La frase Ite inflamate omni, que da nombre a una de las series más reciente de Tomás Ochoa, y que era utilizada por san Ignacio de Loyola como última instrucción para despedir a las misiones jesuitas que partían a su cruzada evangelizadora hacia las indias orientales y occidentales, ha adquirido a lo largo de los siglos una doble connotación. Para el relato cristiano estas palabras, que podrían traducirse como “Id, e incendiadlo todo”, son la metáfora de la fe que enciende y aviva el corazón de los hombres; no en vano san Francisco Javier, patrono de los misioneros es representado en la iconografía religiosa como un hombre con el pecho en llamas. 

Sin embargo, en la experiencia americana estas llamas no han sido meramente metafóricas, lo que permite atribuir una doble acepción a tal frase. Aquella proclama evangelizadora que presentaba al fuego abrasador como símbolo espiritual, se convirtió rápidamente en una realidad que consolidó el arrasamiento cultural de diversas comunidades originarias del continente. Bajo las llamas de la conquista ardieron los sistemas y herramientas nemotécnicas de diversas culturas prehispánicas, y gracias a ese purga ígnea se establecieron los múltiples imaginarios culturales en los que nos enmarcamos. Precisamente este es el planteamiento que Ochoa propone en esta serie, en la que haciendo uso de la pólvora, y del rosetón, emblema de la arquitectura religiosa, logra fusionar ese doble rol del fuego en la hibridación cultural forzosa del continente americano.

Créditos a Laura Páez 
Curadora e Historiadora de Arte

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